ACTIVIDAD:
Lee el texto y responde
las preguntas.
1. LAS AVENTURAS
CIENTÍFICAS DEL SABIO CALDAS Y SALVADOR CHUQUÍN
Francisco José de Caldas quería saber. Desde niño
quería saber todo y aprender de todo: las plantas y sus usos, los animales, las
serpientes y sus venenos, las montañas, los ríos, la luna, los planetas, las
estrellas y la gente, su pasado y sus costumbres. Siempre quiso saberlo todo y
entenderlo todo. Tanto así, que quiso aprender más de lo que sus maestros en la
escuela de Popayán, como José Félix Restrepo,
o en la universidad, en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario
en Santafé de Bogotá, le pudieran enseñar. También quiso aprender más de lo que
el médico y botánico español José Celestino Mutis o el explorador Alexander Von
Humboldt le pudieron mostrar.
Su deseo de aprender lo convirtió en un apasionado
lector. Siempre buscaba nuevos libros y escritos de viajeros y naturalistas
europeos que leía sin recreo. Pero los libros tampoco fueron suficientes porque
su curiosidad era cada es más grande y los pocos textos que le traían de Europa
no decían mucho sobre la geografía o la historia de su tierra: no tenían
información sobre los animales y las plantas americanas que él había observado
detenidamente en sus continuos viajes por la Cordillera de los Andes, por los
valles y por las montañas de la América tropical. Por ejemplo, la magia del
pequeño colibrí –“torminejo” o “ave
mosca”, como lo llamaron los primeros europeos que vieron el maravilloso vuelo
de estas aves de América- no aparecía
en los tratados de historia natural escritos en el viejo continente. La
naturaleza americana estaba llena de3 secretos por descubrir.
Por eso, Caldas aprendió más sobre la naturaleza
americana y sobre las estrellas del cielo ecuatorial mirando con atención y
tomando cuidadosa nota de sus observaciones. Fue así como se convirtió en un
viajero y explorador incansable. Su insaciable curiosidad lo llevó a recopilar
información que durante todas su vida le permitió escribir sobre el clima, las
montañas, las plantas y los animales, así como hacer mapas y descripciones de
esa tierra que tanto admiraba. Gracias a este amor por la ciencia, los
historiadores lo llamaron ‘el Sabio’ Caldas.
Lo que no siempre cuentan sus biógrafos es que Caldas,
como todos los viajeros y exploradores, requirió de la ayuda de quienes habitaban las tierras que visitaba. Todos los
hombres de ciencia que exploraron el mundo necesitaron de guías y cargueros,
que no solamente señalaban los rumbos o cargaban equipajes, instrumentos y
libros, sino que de manera permanente compartían sus conocimientos con sus
patrones. La historia poco nos dice de estos personajes desconocidos, pero es
indudable que sin su ayuda los hombres de letras y exploradores habrían
deambulado como ciegos en las selvas tropicales.
Entre las muchas aventuras que Caldas vivió en medio
de gloriosas selvas, placenteras sabanas o cumbres heladas, vamos a contar una
en la que estuvo en peligro de muerte. Tras estar a punto de caer en el cráter
de un volcán y ser salvado por Salvador Chuquín, su guía y compañero de viajes,
Caldas aprendió la lección más importante de su vida.
Dejemos que sea él mismo quien nos cuente la aventura
del volcán de Imbabura, transcurrida en el año de 1.802:
“Armado de mi barómetro, termómetro y octante,
partimos al amanecer con mis indios cargados de instrumentos, envueltos en
nubes y penetrados de frío. Yo deseaba con ardor ver este cráter desconocido y
desprecié todos los peligros. De abismo en abismo llegamos a las nueve de la
mañana a la orilla del cráter, agotado de sudor y cansancio. ¡Qué espectáculo!
El horror y un secreto placer se apoderaron de mi alma. No me cansaba de ver y
de admirar de cerca a esta naturaleza espantosa. Bocas quemadas y destrozadas,
lava, pómez, arena, azufre, nieve, greda, precipicios y confusión eran los
objetos que se presentaban a mis ojos”.
Pero las dificultades y peligros no atemorizaron al
explorador. A pesar de que ponía en riesgo su vida, decidió llevar sus
instrumentos hasta lugares donde nadie lo
había hecho antes, con la ayuda de su acompañante nativo. Caldas
continúa su relato:
“Nosotros íbamos al punto más peligroso en que iban a
parar la lava y las rocas hirvientes; yo lo veía, pero el deseo de medir su
profundidad y de tocar de cerca este lugar de horror, me resolvió a arriesgarlo
todo y comenzamos a bajar por el lugar que nos pareció menos peligroso. Me
precedía un indio práctico de la montaña cargado con mi barómetro y yo le
seguía a tres o cuatro pasos de distancia…
Yo temí, pero la facilidad con que había pasado mi guía descalzo me
animo y entré en el peligro. Apenas había dado tres pasos sobre la lisa piedra cuando veo que todo se remueve y
no pudiendo sostenerme en pie me siento, y aun en esta situación comienzo a
precipitarme hacia el fondo de este espantoso cráter; creo llegado el fin de mi
vida, y doy una voz de auxilio a mi guía. Este indio generoso vuelve la vista,
me ve perdido, se avanza hacia mí con una intrepidez inaudita, se arroja al
mismo peligro en que me veía, me toma del brazo derecho, me arroja a dos varas
del precipicio y me da la vida. Mi alma pasó en este momento de todos los
horrores de la muerte a los sentimientos del más dulce y vivo reconocimiento.
¡Ah! transportado, beso la mano de mi libertador y le testifico de todos modos
mi agradecimiento. Este indio se llama, porque es justo nombrarle, Salvador
Chuquín”.
Ya a salvo, tendido y desconcertado bajo una enorme
palma de cera, Caldas agradeció la proeza de su guía. Éste, al verlo tan
asustado le hizo varias preguntas: “¿Por qué prefiere el frío de las altas
montañas o el calor de selvas llenas de insectos insoportables, cargando sus
pesados instrumentos científicos y tomando datos sin descanso, a la comodidad de su hogar?”
Caldas le contestó con entusiasmo: “Quiero hacer un
gran Atlas del Reino, quiero hacer mapas de todos los rincones de este rico
país. En esos mapas deben aparecer todos los caminos y las distancias, las
montañas y las alturas y todas las plantas que pueden ser útiles. Por eso es
que necesito de mis cuadernos de notas para no olvidar todo lo que veo, de mi
telescopio para ver las estrellas y los planetas, calcular así las latitudes y
longitudes, del barómetro para medir la altura de las montañas y del termómetro
para saber la exacta temperatura de todos los lugares por donde hemos pasado;
sin ellos no podría tener información precisa sobre estas cosas”.
Pero entonces Salvador Chuquín quedó lleno de dudas:
“¿Por qué el señor Caldas no descansa ni duerme? ¿Qué tienen que ver las
estrellas en el cielo con sus mapas de papel? ¿Qué es lo que examina con tanta
atención a través del telescopio y para qué observa el cielo con el aparato
llamado Octante?” Sin ignorar la pregunta, pero ausente con sus propios
pensamientos, Caldas explicó: “La Tierra es como un enorme globo y las
estrellas son como un mapa en el cielo que permiten saber en qué lugar exacto de esa gran esfera
estamos parados. La altura de las estrellas, los satélites de Júpiter o un
eclipse lunar, acompañan al viajero y le enseñan al cartógrafo la ubicación
precisa de cualquier lugar sobre el planeta”.
Sin entender del todo las razones, y menos el arrebato
de su amigo blanco, Salvador Chuquín le preguntó: “¿Para qué los mapas?” Caldas
continuó: “Los mapas, mi amigo Salvador, no solo esconden tesoros. Son mágicos
porque permiten ver y tener el mundo sobre una hoja de papel. Con un mapa
puedes ir a lugares que no conoces, y con un dedo sobre el papel, puedes tener
la tranquilidad de decir: estamos aquí. Sobre un mapa también es posible viajar
sin salir de casa; y aun mas insólito, con un mapa se puede viajar en el tiempo, predecir lo que viene en un viaje que
nunca has hecho. Sobre los mapas se planea una batalla, un proyecto de
conquista y colonización, incluso un imperio o una nación. Y eso no es todo, en
un mapa o con un mapa, puedes tomar y llevarte una ciudad, un rio, una montaña,
un imperio, un continente entero”.
Sorprendido, Salvador Chuquín continuó con sus
interrogantes: “Si quiere llevarse las montañas, señor Caldas, ¿A dónde las
llevaría? ¿Para quién son todos esos mapas? ¿A dónde los quiere llevar?”
Pensativo, el sabio payanés guardó silencio por un rato y en tono menos feliz finalmente
respondió: “Es una difícil pregunta, y ya no estoy seguro de poder responder
con la claridad de hace algunos años. Toda mi vida he trabajado para España,
para los Reyes Católicos y he querido poner todos mis conocimientos al servicio
del imperio español; pero a veces me pregunto, con cierto dolor, a quien
pertenecen todas estas montañas, todas estas criaturas y riquezas”.
Asombrado, Salvador Chuquín repitió para sí mismo la
pregunta de su amo: “¿De quién son las montañas?” Sin dudarlo, él mismo respondió:
“No son de nadie. Son de aquí”. La respuesta inusitada de Chuquín parecía
irrefutable, por lo que Caldas dijo: “Salvador, cada vez me doy cuenta de lo
mucho que tengo por aprender de usted. Debo confesar que solía pensar que los
nativos del Nuevo Mundo, sin religión ni ciencia, no tenían nada que enseñarnos
a los cristianos y a los hombres de letras; pero ahora no solo le quiero
agradecer por salvarme la vida hoy, mi más verdadero agradecimiento esta en
todo lo que he aprendido de usted…Yo podría enseñarle sobre la verdadera forma
de la tierra, a medir una latitud, o a reconocer la cruz del sur en el
horizonte; pero sin su compañía e habría perdido en los bosques, no conocería
los usos de las pantas medicinales ni las curas contra las mordeduras de serpientes.
Sin su amistad no sabría reconocer el valor de las gentes que habitan estas
tierras y que las conocen desde mucho antes de la llegada de nuestros padres de
España”.
Recostado en el suelo, mirando hacia el cielo y
admirando el tamaño de esa enorme palma, ‘el Sabio’ Caldas pensó que había aprendido tanto de su
compañero indígena como de todos sus libros y maestros.
Mauricio Nieto Olarte
ACTIVIDAD:
1. Subrayar o resaltar
términos desconocidos y escribir su significado
2. ¿Quién era Francisco José
de Caldas?
3. ¿Quién era Salvador
Chuquín?
4. ¿Por qué se le llamó ‘el
Sabio Caldas’?
5. ¿En cuál época histórica
se ubica el relato?
6. ¿Quiénes eran los
cargueros, cuál era su tarea?
7. ¿Cuáles eran los
instrumentos usados por Caldas?
8. ¿Dónde se localiza el
volcán Imbabura?
9. ¿Qué pretendía hacer
Caldas con la información y los datos obtenidos de sus exploraciones?
10. ¿Cuál era la importancia
de los mapas?
11. ¿Cómo eran vistos los
indígenas por los colonos de la época?
12. ¿Qué pensaba Caldas sobre
los nativos del Nuevo Mundo, después de trabajar con ellos?
13. Elabore una imagen o
imprímala y péguela, sobre el texto
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